
El modelo de negocio
Todo negocio tiene un modelo, y así como Maquiavelo vio en César Borgia el modelo que todo aspirante a príncipe debía imitar para conseguir sus fines, más o menos así la industria farmacéutica encontró en «El Príncipe» de Maquiavelo, el modelo a seguir para la materialización de sus metas: una riqueza de alrededor de 400 billones de dólares [1] y un poder de dominio extremo sobre sus consumidores (el pueblo) y sus soldados de bata blanca (el ejército de mercenarios). Riqueza y poder es todo lo que un príncipe de la salud (un magnate de la industria farmacéutica) necesita para mantener a flote su negocio. Tanto para uno de ellos como para Maquivelo, «el fin justifica los medios», sean cuales sean éstos.
Y de la misma manera en que algunos cronistas han apuntado que esa frase no la escribió así Maquiavelo, sino que más bien fue la conclusión a la que llegó Napoleón después de haber leído «El Príncipe», algo similar sucede con aquello de que «los hombres se conducen principalmente por dos impulsos: o por amor o por miedo». Esta idea, si bien no la escribió Maquiavelo tal y como la he citado, muchos historiadores coinciden en que refleja muy bien una de sus líneas de pensamiento. Y esa idea es una de las que más explotan los príncipes de la salud para hacer que sus ventas se disparen, porque apelan al impulso que de acuerdo con su experiencia vende más: el miedo.
El miedo como impulso para motivar la compra
Es así como se construyen campañas enteras de publicidad para atemorizar a toda una nación, con el único fin de que se vacune contra la gripe aviar, la porcina, la influenza estacional, la COVID-19 etc. Las autoridades gubernamentales, en alianza con los medios de comunicación masivos y los laboratorios farmacéuticos, subestiman las ventajas que puede llegar a tener un sistema inmunitario fortalecido con dosis apropiadas de nutracéuticos, declinándose por campañas de vacunación ciertamente innecesarias. Cuando se trata de prevenir los contagios, no hay como apelar a los mecanismos de defensa que el propio organismo puede desplegar.
Según el sistema dominante de salud (el establishment), la intención es evitar que un virus se propague, y si bien las vacunas ayudan, no son del todo efectivas, pues no hay que olvidar que la gente se puede contagiar, aun habiéndose vacunado (la inmunidad que ofrece una vacuna no es del 100%, debido a la mutación que están experimentando continuamente las cepas de los diferentes virus). Como yo lo veo, los contagios se pueden prevenir mejor con una nutrición ortomolecular basada en nutracéuticos, lo cual da al traste con lo que los príncipes de la salud esperan [2].
Por otra parte, en el consultorio médico, algunos doctores acostumbran infundir miedo en sus pacientes, haciendo uso de comentarios intimidatorios. Así, hay quienes podrían externar por ejemplo: «es muy importante que ordene este examen, de lo contrario, usted podría sufrir un ataque cerebral», o «si no se pone estas gotas podría quedarse ciego», o «si para mañana usted no se ha operado, podría perder su pierna», y cosas por el estilo.
Los expertos en comunicación llaman a este tipo de mensajes apelaciones basadas en el factor miedo. Este tipo de apelaciones crean una respuesta emocional ante la amenaza de una enfermedad, una discapacidad o la muerte, cuya finalidad es provocar un cambio de comportamiento. Hay médicos que apelan a este recurso para venderle una cirugía a un paciente, que ya de por sí es cliente. Para ellos es fácil usar el miedo como instrumento de venta, porque saben muy bien que el miedo es un poderoso motivador.
Más adelante analizo con mayor detalle, las oportunidades de venta que puede generar esta práctica, las consecuencias negativas que tiene para un paciente el escuchar comentarios de esa naturaleza, así como las medidas que pueden tomar los consultantes para evitar que la autosugestión inducida por el médico, les produzca un efecto nocebo.
La viabilidad del modelo maquiavélico en la era del conocimiento
Sin embargo, aunque esos príncipes de la salud le hayan comprado a Maquiavelo la idea de que más vale infundir miedo que darse a querer (sin ser odiado), puede ser que esa máxima ya no les alcance para seguir engañando a una población de e-pacientes que hoy está mejor informada, que ya no está influenciada por los antiguos medios de comunicación masivos. Como vimos, esos príncipes insisten en desplegar impresionantes campañas de publicidad para infundir miedo a sus súbditos (consumidores), ya sea por medio de la exageración del daño que puede causarles un virus, o bien extendiendo los límites de los factores de riesgo implicados en el desarrollo de muchas enfermedades.
El punto es que no parece viable que un modelo maquiavélico pueda seguir funcionando en plena era del conocimiento, tal y como lo venía haciendo desde la época del renacimiento. No hace mucho tiempo, los periódicos, las revistas, la radio y la televisión no permitían que sus lectores, radioescuchas y telespectadores consensuaran los mensajes que recibían, porque éstos eran y siguen siendo medios de comunicación unidireccionales. La «información» transmitida reflejaba exclusivamente los intereses de aquellos que patrocinaban los mensajes de texto y los programas que entretenían a las masas de aquel entonces. «Al pueblo, pan y circo», decía el poeta romano Juvenal.
Hoy en día, con la proliferación de teléfonos inteligentes dotados de servicios como el whatsapp y de computadoras personales interconectadas a la Internet, los usuarios de las redes sociales de Salud 2.0 ya pueden consensuar los mensajes recibidos y tomar decisiones más sabias, basándose en lo que la inteligencia colectiva de esas redes colaborativas les aconseja. Así, los príncipes de la salud y sus soldados de bata blanca ya no la tienen tan fácil, porque deben persuadir a una inteligencia colectiva que está mejor informada e interconectada, no solo con los creadores del contenido que se transmite, sino también con el resto de prosumidores. Esos príncipes ya no están causando una buena impresión dentro de los nuevos medios de comunicación, y les está costando mucho trabajo controlar a su propio ejército, porque resulta que muchos ex-mercenarios, ya se dieron cuenta del fraude, y están dando a conocer lo que los príncipes les están haciendo a sus súbditos. Y para muestra, un botón. ¿Más botones? Existe este otro y muchos más en las referencias bibliográficas citadas al final de este ensayo [1],[2].
Un negocio en donde la ética no tiene cabida
Es aquí donde los príncipes de la salud se están equivocando, al intentar aplicar el modelo político de Maquiavelo a su modelo de negocio, porque en todo caso, lo que Maquiavelo aconsejaba a los príncipes, era deshacerse de los ejércitos mercenarios, y apoyarse en soldados comprometidos con su patria. El que los profesionales de la salud no estén dispuestos a comprometerse con la salud de sus pacientes, es una consecuencia directa de haber querido adoptar un modelo en el que la ética no tiene cabida. Para Maquiavelo, la política y la ética son dos cosas que se excluyen mutuamente. Todo parece indicar que a los príncipes de la salud les convino también separar la salud de la ética, y por lo tanto, regirse por lo que vendría siendo su manual de procedimientos, es decir, «El Príncipe». Y si en la salud no se puede proceder con ética, entonces ¿Cómo es que los magnates farmacéuticos ofrecen salud a sus consumidores?
Pues igual que un príncipe de la época renacentista ofrecía paz y seguridad a sus súbditos, o sea, empleando toda clase de artilugios y engaños para aparentar que se está haciendo un bien, cuando la realidad es otra. Maquiavelo proclamaba que los seres humanos debíamos ser realistas, porque las cosas no son como a uno le gustaría que fueran. No obstante, los años han pasado y el realismo de la Italia del siglo XVI, es bien diferente al realismo de la era del conocimiento que a usted y a mí nos ha tocado vivir. Basándose en el realismo de su entorno y de su época, Maquiavelo aconsejaba adquirir principados por cualquier medio y a cualquier precio. En este orden de ideas, podría decirse que se concretaba a recomendar lo que había visto que a los príncipes les daba resultado, tal y como lo haría un buen consejero en nuestros días (sin tergiversar los hechos). En el capítulo XVIII del Príncipe, «De qué modo los príncipes deben guardar la fe dada», este polémico historiador y filósofo político, lo expone de manera muy puntual:
«En las acciones de todos los hombres, pero especialmente en las de los príncipes, contra los cuales no hay juicio que implorar, se considera simplemente el fin que ellos llevan. Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus medios, alabándoles en todas partes: el vulgo se deja siempre coger por las exterioridades, y seducir del acierto. Ahora bien, no hay casi más que vulgo en el mundo; y el corto número de los espíritus penetrantes que en él se encuentra no dice lo que vislumbra, hasta que el sinnúmero de los que no lo son no sabe ya a qué atenerse» [3].
Los espíritus penetrantes y la corte de los Medici
No sé si el porcentaje de lo que Maquiavelo llama vulgo haya sido mayor en la población de hace 500 años, que el que existe en la actualidad; pero lo que me queda clarísimo es que hoy hay más espíritus penetrantes que sí se animan a decir lo que vislumbran, porque están mejor informados y porque tienen a su alcance, medios apropiados para decir lo que vislumbran. Y lo que yo he alcanzado a vislumbrar, es que sí hay médicos que están aplicando el modelo maquiavélico en el ejercicio de su profesión. A este respecto, el Dr. José Octavio Ruíz Speare se atrevió a publicar al final de su artículo «Liderazgo en medicina», la siguiente cita [4]:
«Debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso en su triunfo, ni más peligroso de manejar, que introducir un nuevo orden. El innovador se convierte en enemigo de todos los que se beneficiaban en el antiguo régimen, y sólo se gana la tibia aceptación de los que se beneficiarán con el nuevo ordenamiento. Así, por muchas cuestiones, la medicina es un mundo político, como la corte de los Medici.» Niccolo Machiavelli (1469-1527).
Quiero pensar que el Dr. Ruiz (izquierda) debió haber cerrado sus comillas justo después del vocablo «ordenamiento», y que lo que resta de la cita es de su autoría. Si usted leyó una edición estándar de «El Príncipe», como la que tiene el autor de estas líneas, advertirá que la idea de que «la medicina es un mundo político, como la corte de los Medici», podría estar reflejando el pensamiento del Director del Cuerpo Médico del Centro Médico ABC, porque hasta donde yo vislumbro, Maquiavelo nunca escribió semejante analogía.
Ahora, suponiendo que el Dr. Ruiz hubiera tenido acceso a una edición diferente de «El Príncipe», en la que Maquiavelo efectivamente hubiera escrito esa sentencia, eso implicaría que no hay ninguna diferencia entre la ética de Maquiavelo (si es que él hubiera tenido alguna) y la de un príncipe de la salud.
Las intrigas y las anécdotas que tuvieron lugar durante la dinastía Medici, evocan invariablemente escenas de muerte y destrucción. La famila Medici le encomendó a Nicolás Maquiavelo algunos trabajos, y él trató inclusive de congraciarse con algunos de sus miembros, para que le permitieran regresar a la política, después de que ellos mismos lo encarcelaran y torturaran por haber colaborado anteriormente con la República de Florencia. De hecho, Maquiavelo dedicó El Príncipe a Lorenzo de Medicis, con la intención de poder obtener tanto su perdón como un cargo público.
Esta siniestra familia practicó la alquimia y el hermetismo, fomentando su desarrollo en la corte [5]. En aquella época, era muy común la muerte por envenenamiento, y los Borgia, los Medici y los Sforza, adquirieron fama de envenenadores porque no podían tolerar que alguien les estorbara en la consecución de sus fines. Para exterminar a sus oponentes solían usar la cantarella (una mezcla de arsénico y vísceras secas de cerdo), o disfrazar el sabor desagradable del arsénico con comida muy condimentada.
Fue así como Fernando de Medici envenenó con arsénico a su hermano mayor, el Gran Duque de Toscana, Francisco I, y a su cuñada Bianca Capello, porque no podía consentir que su sobrino Antonio asumiera el Gran Ducado al que éste tenía derecho, por ser el único heredero del hermano mayor de los Medici.
Y ese es tan solo el caso más sonado de traición en la historia de los Medicis. Lo he traído a colación, porque de alguna manera, esa anécdota ilustra cómo ya desde esos tiempos la alquimia era una actividad que proporcionaba ventajas a la hora de definir cómo controlar a los demás y cómo alterar el curso de las acciones en beneficio propio. Aprovechando los efectos que algunas drogas producían, la alquimia siguió evolucionando hasta convertirse en lo que hoy se conoce como química moderna y farmacología.
Aunque a primera vista no parezca que lo que acostumbraban hacer los Medicis con la cantarella y el agua tofana, es prácticamente lo mismo que lo que hacen hoy los príncipes de la salud con sus fármacos, debo aclarar que el envenenamiento de Franciso I y su esposa, fue planeado astutamente por Fernando, de manera que los resultados no se vieran de inmediato. En opinión de la historiadora de la medicina Donatella Lippi, la intoxicación fue gradual, y la muerte de ambos cónyuges no sucedió sino hasta después de once días. De acuerdo con esta investigadora, Fernando de Medici debió haber calculado la dosis de arsénico como para causar una muerte lenta en su dos parientes. La historia completa y las evidencias que confirman la muerte por intoxicación con arsénico la puede ver aquí. Lippi (derecha) pudo comprobar con una muestra de cabello facial del Duque de
Toscana y algunos restos de su esposa, que la hipótesis previa de que ambos habían fallecido a causa de la malaria no era del todo cierta, ya que aunque los reportes oficiales revelaron que efectivamente estaban enfermos de malaria, ello no contradecía el hecho de que los niveles de arsénico en sus cuerpos eran altos, aunque no lo suficiente como para causarles una muerte súbita. La investigadora italiana declara en el vídeo anteriormente referido, que quien haya sido el autor del crimen, se aseguró de que no ingirieran una dosis letal, para no despertar sospechas entre los posibles testigos.
Enfermando al vulgo
A lo que quiero llegar es que ese mismo principio maquiavélico de adquirir el poder mediante perfidias, se aplica igualmente a los príncipes de la salud. Esos magnates farmacéuticos lo mismo le venden a un médico la idea de recetar Ritalin o Paroxetina a niños de 9 y 12 años, que la de prescribir clonazepam a quienes intencionalmente le ocasionarán un déficit nutricional de melatonina. El fin de los príncipes al recetar benzodiazepinas (como el clonazepam) y antipsicóticos a diestra y siniestra, es crear una farmaco-dependencia en los «pacientitos» de sus soldados de bata blanca, para que no paren de comprar esos venenos de acción prolongada, en donde el medio empleado es una intoxicación lenta pero redituable. Su fin justifica este medio. ¿Usted que opina, mi querido lector?
Las atrocidades cometidas por la psiquiatría van más allá de lo maquiavélico, porque los Medicis y los Borgia exterminaban a aquellos que se interponían en su camino o a quienes tenían intereses diferentes a los suyos; pero no a los que Maquiavelo tildó de vulgo.
El vulgo pagaba sus tributos y los enriquecía, ¡Cómo lo iban a exterminar! Además, si los Medici envenenaban lentamente a sus oponentes era para no despertar sospechas. Y si ese escenario renacentista era ciertamente maquiavélico, lo que están haciendo hoy los príncipes de la salud no tiene nombre, porque están enfermando a ese supuesto «vulgo», con síndromes de abstinencia disfrazados de efectos secundarios.
En la actualidad, estos maquiavélicos príncipes también calculan deliberadamente las dosis y las sustancias que son «apropiadas» para la intoxicación gradual del vulgo. Ni por asomo lo matarían rápidamente porque despertarían sospechas de parte de los espíritus penetrantes y sobre todo porque se quedarían sin clientes… ¿Curarlos? … Igual se quedarían sin clientes. ¿Se da cuenta cómo funciona el sistema liderado por los magnates de la industria farmacéutica? A ellos les funciona muy bien, ¿y a usted?
Síndrome de abstinencia: una forma de iatrogenia
Alguna vez pertenecí al vulgo, no en el sentido peyorativo del término, sino en el que Maquiavelo le daba a este concepto. Como vimos, el vulgo era aquel sector de la población que no vislumbraba las malas prácticas de sus gobernantes. Pero como dije anteriormente, ahora existimos más espíritus penetrantes, es decir, personas que manifestamos lo que alcanzamos a vislumbrar lo que están haciendo los príncipes de la salud, y eso es lo que estoy haciendo en este momento: poniendo al descubierto las prácticas maquiavélicas que esos príncipes están empleando para enfermarnos subrepticia y paulatinamente. Eso es un acto cobarde. Una traición maquiavélica que se conoce técnicamente como iatrogenia calculada. La iatrogenia se define como el daño causado a un organismo por un medicamento, una operación quirúrgica o cualesquier otro procedimiento médico, ya sea de manera involuntaria, intencional, o por negligencia o ineptitud de un profesional de la salud.
A continuación ilustraré con un ejemplo, la manera en la que un príncipe de la salud, consigue un fin que de ninguna manera justifica los medios.
Los antidepresivos: un negocio redondo
Los antidepresivos son los fármacos que los príncipes de la salud consideran idóneos para aumentar sus ventas, porque como decíamos anteriormente, están diseñados para crear un efecto iatrogénico calculado que consiste en agotar de manera intencional, uno o más nutrientes en el paciente. No se trata de un efecto secundario, sino de una treta para producir un síndrome de abstinencia. Anteriormente mencioné el caso del clonazepam, un somnífero sintético que agota la melatonina que tiene usted en su cerebro para reemplazarla con benzodiazepinas.
Ahora permítame presentarle al bupropion (izquierda), un antidepresivo que agota en los organismos, un importante aminoácido llamado tirosina. Cuando el paciente suspende el bupropion de un día para otro, puede experimentar uno o más de los siguientes síntomas: baja presión arterial, baja temperatura corporal, hipotiroidismo, apatía, edema, fatiga, altibajos en el estado de ánimo, debilidad, dolor en articulaciones, síntomas parecidos a los de una influenza, aumento de peso, voz ronca, cabello seco, síndrome premenstrual y como cabría esperar, depresión. Esa es la clave del negocio: usted no se va a poder deshacer de su depresión, a menos que vaya corriendo a la farmacia y compre la siguiente dotación de bupropion. Ahí tiene usted, ese es el fin y esos son los medios.
Ese subconjunto de síntomas que usted podría experimentar por déficit de tirosina, sería el síndrome de abstinencia provocado por el bupropion. Evidentemente, mientras más tiempo se haya estado expuesto a la droga, más intensos serán los síntomas y más difícil resultará la abstención. Y cuántos y cuáles de esos síntomas aparecerán a los dos o tres días de haber dejado de tomar el bupropion, es algo que depende de la individualidad bioquímica.
El colmo es que los príncipes de Zyban, que es una marca registrada de bupropion, le dicen a sus soldados de bata blanca que lo receten a todo paciente que quiera dejar de fumar, porque su producto estrella disminuye la ansiedad y los síntomas de abstinencia que produce el cigarro. ¿Puede usted creer eso? ¿No son geniales estos príncipes de la salud para hacer negocios?: crearon una droga para personas que saben que son propensas a la dependencia, y luego se las ofrecieron para decirles que con ésta se iban a librar del cigarro, sin comunicarles que ahora en lugar de ser clientes cautivos de las tabacaleras, van a pasar a ser propiedad de Zyban. Eso es lo que yo llamo ser un vendedor maquiavélico profesional, en toda la extensión de la palabra. ¿Alcanza usted a vislumbrar cómo se las gastan estos príncipes de la salud?
La cuestión es analizar si uno es parte de ese vulgo al que se refería Nicolás Maquiavelo. Y si usted ya es un espíritu penetrante, difícilmente se dejará engatusar. Y a propósito de engañar, no quisiera dejar de mencionar otra de esas prácticas a las que suelen recurrir los príncipes de la salud para incrementar sus ventas. Se trata de hacerle creer a la gente que está enferma, aunque no lo esté. Retomando el ejemplo del bupropion, ellos intentarán venderle la idea de que usted está deprimido, cuando en realidad solo se siente triste o desanimado. Querido lector, es completamente normal que a veces una persona se sienta triste, decaída, o desmotivada; pero eso no significa que haya que acudir a un psiquiatra, para que después de cruzar tres o cuatro palabras durante unos 15 minutos de consulta efectiva, le extienda un ridículo papel muy bien membretado, con una leyenda que solo él y el farmacéutico pueden descifrar, y que contiene órdenes expresas para intoxicarse voluntariamente. No logro entender cómo este rito se sigue repitiendo una y otra vez en plena era del conocimiento.
Los príncipes están enfermos de TADP* y no lo saben
Ahora, si usted realmente estuviera padeciendo depresión, porque ya lleva días enteros sin que nada ni nadie lo incentive, entonces, en lugar de acatar ciegamente las órdenes de uno de esos soldados de bata blanca, le aconsejo tomar tirosina y olvidarse de los síndromes de abstinencia y de los príncipes maquiavélicos: esos personajes enfermos de «Trastorno de Ambición Desenfrenada de Poder» (TADP)*, que luchan por conquistar a un «vulgo de espíritus penetrantes», con una inteligencia colectiva que ya no puede ser seducida únicamente con pan y circo, que sabe a qué atenerse, y que alcanza a vislumbrar más allá de una millonaria campaña publicitaria y de lo que hay detrás de una pulquérrima bata blanca.
Si usted es partidario de la forma en que procede el sistema de salud tradicional, respetaré su punto de vista, esperando que presente argumentos convincentes para defender su posición. Para estar en consonancia con lo anterior, el autor le agradecerá sobremanera, adoptar también una actitud respetuosa ante lo que aquí se ha expresado.
© Sergio López González. Fundación MicroMédix. 15 de Marzo de 2017
*No existe por supuesto una enfermedad con ese nombre y esas siglas; pero me encanta parodiar a la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), inventando términos que encajarían perfectamente en su “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM)”.
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REFERENCIAS
[1] Angell Marcia. The Truth About the Drug Companies: How They Deceive Us and What to Do About It. Random House Trade Paperbacks. 2005
[2] Jara Miguel. La salud que viene: Nuevas enfermedades y el marketing del miedo. Ediciones Península S.A. 2009
[3] Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe, Capítulo XVIII. Espasa-Calpe S.A.
[4] Ruíz Speare José Octavio. Liderazgo en medicina. Anales Médicos. Vol. 59, Núm. 3, Jul.-Sep. 2014 p. 219 – 227.
[5] Romero García Eladio. Breve historia de los Medici. Ediciones Nowtilus, S.L. 2015.
marzo 19, 2017 en 9:04 pm
Hola, este comentario es para enviarles saludos y agradecer la excelente labor que realizan.
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marzo 20, 2017 en 10:33 am
Hola Sergio,
Me ha parecido muy interesante tu reflexión en este capítulo 1 de tu próximo libro Comerciando con la Salud, acerca de los paralelismos entre el Maquiavelismo y la Medicina moderna, y en particular la Psiquiatría, que constituye su peor faceta. Quisiera hacer un par de observaciones personales.
1. Aunque los médicos en general (aún considerando que efectivamente en muchos casos salvan vidas, porque con los conocimientos actuales podrían salvar muchas más y procurar mucho más la calidad de vida de sus pacientes), con sus honrosas excepciones, dejan mucho que desear, hay un porcentaje de éstos que simplemente vive engañado, casi como los pacientes, y tiene buenas intenciones para con ellos, pero le hace falta abrir los ojos. No se trata, desde luego, de individuos particularmente perspicaces (no pueden serlo); no son «espíritus penetrantes». Pero si su orgullo se los permitiera, podrían ayudar considerablemente a la Humanidad.
2. Ciertamente, mucho del actuar humano, dentro y fuera de la Medicina, tiene algo de maquiavélico. Mas existe otro paralelismo que se puede hacer, que he pensado desde hace tiempo.
Decía el místico Osho que los psicólogos son los nuevos sacerdotes, pero creo más aún lo son los psiquiatras. En otro tiempo, particularmente en el medioevo, ante algo que acongojaba su alma, la gente iba con el sacerdote. Es increíble y aún fascinante desde el punto de vista antropológico (si bien trágico) como este papel, que aún existe, está siendo reemplazado por el psiquiatra, que ha resultado aún más nocivo de lo que en la actualidad muchas veces (no siempre) puede ser el primero.
He aquí las principales similitudes entre el antiguo sacerdote medieval y el «moderno» psiquiatra:
1) El sacerdote tenía una supremacía indiscutible, que debía aceptarse por fe (autoridad médica).
2) El sacerdote tenía el pleno apoyo del Estado/Jurisdicción para obrar de acuerdo a los preceptos de la Iglesia (Psiquiatría Institucional).
3) El sacerdote, bajo la Santa Inquisición, tenía la potestad de torturar (los antipsicóticos son literalmente una tortura química) al descarriado (enfermo) e incluso terminar con su vida (intoxicación, sobredosis, suicidio del paciente) en pos de «la salvación de su alma» («el reajuste de su mente»).
Irónicamente, este es un Volver al Futuro; vivimos en una época en la que el Oscurantismo y el Sadismo han hecho de nueva cuenta su aparición, bajo el auspicio de la «Ciencia» y el Estado.
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marzo 20, 2017 en 12:17 pm
Hola Ricardo, buen día.
Me ha encantado tu analogía entre la santa inquisición y la industria farmacéutica (o al menos así lo interpretado) y entre el sacerdote de antaño y el psiquiatra de hoy. Pero lo que más me ha llamado la atención es tu observación sobre la supremacía indiscutible que debía aceptarse por fe. El problema es que hoy los pacientes tienen una fe ciega en los psiquiatras, porque salvo muy contadas excepciones, creo que la gran mayoría lo único que hace es prescribir antipsicóticos como si se fueran a acabar. Y eso es lo que a mí me preocupa, que la gente no se de cuenta de que el ser un farmacodependiente la vuelve sumisa, ante lo que ahora debería llamarse la nefasta inquisición.
Que tengas un excelente día.
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marzo 20, 2017 en 7:11 pm
Hola Sergio, muchas gracias por tu respuesta. Con la Santa Inquisición me refiero a toda la organización de la Psiquiatría, o sea que efectivamente incluye a la industria farmacéutica (solamente en lo que corresponde a los medicamentos psiquiátricos), así como a los psiquiatras mismos en general (siempre hay excepciones), sobre todo a los que tienen posiciones de mayor autoridad.
Eso que dices de la farmacodependencia es muy cierto y peligroso, y es todo un tema en sí mismo, que tú ya has abordado y –estoy seguro– seguirás abordando. Pero lo que más alarmante me parece es el punto 3): la potestad de torturar. Porque actualmente si un psiquiatra «dictamina» que una persona está enferma mentalmente, eso basta para que puedan encerrarla en una institución mental y ahí torturarla. Ni siquiera hay juicio, no hay abogados; es una orden de la Santa Inquisición. Obviamente esto es extraordinariamente violatorio de los derechos humanos, y ya ha habido quejas en este sentido, pero la legislación no ha cambiado al respecto.
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marzo 20, 2017 en 8:30 pm
No mi buen Richard, la legislación no ha cambiado ni cambiará, porque el gobierno está coludido con los príncipes de la salud, como se puede comprobar en la conferencia del Dr. John Rengen Virapen (el que puse como muestra en este artículo), en donde él mismo está declarándose culpable de haber sobornado al gobierno de Suecia, para autorizar la distribución del Prozac en ese país. Y eso que Suecia es de los países más transparentes del mundo. Imagínate cómo estarán las cosas en México, los EUA y bueno, creo que en casi todos lados se «cuecen habas».
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