Cuando se padece de una enfermedad crónica o diagnosticada como «incurable», puede no ser suficiente el contar con una receta que indique las dosis y los modos de administración de los suplementos que se necesitan para conseguir el alivio deseado, pues viéndola como un todo, la salud no solo depende del estado fisiológico del paciente, sino también de cómo se siente psicológica y espiritualmente. Las creencias, las esperanzas, las frustraciones, los propósitos, los valores, la falta de incentivos y demás aspectos que conforman la personalidad, son factores que influyen en la recuperación de un paciente y que una entrevista motivacional (coaching de salud) se encarga de integrar al tratamiento, a fin de complementar los beneficios de la medicina natural. De eso y de individualizar la receta, es de lo que se encarga el consejero de salud.
No es fácil lograr que un paciente saque el carácter para sobreponerse a su enfermedad, y muchas veces es todo lo que aquél necesita para vencerla: ese valor que podría estar dormido en el alma del paciente y que solo un buen consejero puede despertar en él para que se levante y ponga el pecho osado ante la adversidad, tal y como lo enunció Arthur Schopenhauer, en sus Aforismos sobre el Arte de Vivir:
«Mientras el resultado de un asunto peligroso sea incierto, mientras exista alguna esperanza de que el mismo tenga un final feliz, no se debe titubear, sino resistir; como tampoco debe uno desesperarse por el estado del tiempo mientras quede una mancha azul en el cielo […] Sí, ármese uno de valor y exclame: si el mundo se desmoronara, las ruinas aún encontrarían a un impávido. Ni la vida en su totalidad ni, por descontado, sus bienes, merecen que uno les dedique siquiera un temblor y encogimiento del corazón tan cobarde como ese: vivid por lo tanto como valientes y poned el pecho osado a la adversidad».
Por su parte, Espinosa señaló que lo que caracteriza al valiente no es la ausencia del miedo, sino su capacidad de afrontar un peligro que muchos otros temen soportar. Esa capacidad aunada a su autoconfianza y a la esperanza de que dicho peligro desaparecerá, además de que hace a un ser humano excepcional, marca la diferencia entre una enfermedad incurable y un estado de completa salud. Descartes lo planteó elegantemente en su Tratado de las Pasiones del Alma, en donde dejó muy claro que «para oponerse con vigor a las dificultades con que se tope, hay que tener la esperanza e incluso la seguridad de lograr el fin perseguido«.
Las creencias de cada quien, junto con la esperanza y la convicción implícitas en esa actitud de resolución de hierro a la que hacen referencia de manera tan elocuente esos tres filósofos, son los aspectos que más van a contribuir en el resultado de un tratamiento, tal y como lo han demostrado varios expertos en psiconeuroinmunología y epigenética.
En la publicación sobre «El efecto placebo y los poderes curativos de la nutrición«, presenté evidencias suficientes de que cuando uno duda de la eficacia de un tratamiento o de una determinada sustancia, el resultado suele ser un rotundo fracaso. Un paciente que no ha podido convencerse o para el que no tiene mucho sentido aquello que su médico o naturópata le ha recomendado, difícilmente va a conseguir aliviarse. Lo que la mayoría de los pacientes ignora, es que hay un gran porcentaje de enfermos que se curan más por haber creído en el tratamiento y el médico que han consultado, que por la eficacia del tratamiento en sí.
En muchas ocasiones el resultado es independiente del tipo de tratamiento que se ha recomendado; pero por favor no me malinterprete, no estoy diciendo que todo se pueda atribuir a un efecto placebo o que da igual cualquier tratamiento, con tal de que el paciente crea en lo que se le ha recomendado. Lo que quiero enfatizar es que si un tratamiento ha resultado ser eficaz en un alto porcentaje de pacientes, puede no ser así para un paciente que no crea en sus beneficios. Es por eso que los resultados de los ensayos clínicos para una misma sustancia, fármaco o tratamiento, varían de un experimento a otro. Las personas que participan en el experimento «X», casi nunca son las mismas que se someten al experimento «Y». Cada una de ellas tiene expectativas diferentes respecto a la misma sustancia, fármaco o tratamiento que se está investigando, y por lo tanto, los resultados no tienen por qué coincidir. De acuerdo con esto, lo que me hace bien a mí, puede no beneficiarle a usted.
Lo interesante de todo esto es que si uno llega a encontrar un agente capaz de modificar las creencias de quien va a seguir un determinado tratamiento, los resultados pueden ser muy satisfactorios.
Ese agente puede ser desde una impresionante campaña mercadotécnica, un médico muy prestigiado que «cobra como lumbre», un consultorio con paredes repletas de diplomas y una sala de espera lujosamente alfombrada, un placebo de color rojo respaldado por una costosa campaña publicitaria, un experto en terapia cognitiva conductual, o bien un consejero de salud, que son las dos opciones que aquí le estamos proponiendo. Normalmente usted escoge el agente, y digo normalmente porque en el caso de la campaña mercadotécnica por ejemplo, las creencias son modificadas de manera subliminal, sin que usted se percate de ello.
Si todos los médicos que ha consultado a lo largo de su vida le han dicho que su padecimiento no tiene cura, con toda seguridad les creerá y seguirá tomando a perpetuidad, los medicamentos que aquellos le prescriban. Si alguien de su familia le estuvo diciendo durante los primeros seis años de su infancia que era muy delicado, con toda seguridad lo habrá creído, simplemente por haber escuchado repetidamente (por no decir subliminalmente) la misma cantaleta. Es lo que se conoce como profecía autocumplida.
Muchos detractores nos acusan de estar creando falsas esperanzas en nuestros pacientes, reflejando una imagen que a los ojos de Espinosa, Descartes y Schopenhauer, luciría un tanto cobarde, pues en resumidas cuentas, lo que esos detractores están sugiriendo es que el paciente se rinda, que deje de luchar. ¿Que no es mejor motivar a un paciente para que se arme de ese valor que la esperanza y la autoconfianza infunden, que decirle que lo mejor que puede hacer es ir redactando su testamento?. Se sabe de pacientes que han preferido suicidarse después de haber oído de labios de su «médico de confianza» semejante comentario, en vez de continuar luchando contra su enfermedad. Hay evidencias de casos como esos, y si no me cree, envíele un correo a Emma Barthe, o mejor aún, échele un vistazo a su excelente libro sobre el «Cáncer: más allá de la enfermedad», para que compruebe cómo una orientación para la salud cuidadosamente concebida, puede hacer la diferencia entre la muerte y la sobrevivencia con un cambio de actitud, remplazando a esa trillada creencia de que el cáncer es letal, por una más valiente, como sería el superar la enfermedad, a pesar de todo el sufrimiento y los pronósticos pesimistas.
Los médicos están más interesados en el tratamiento y el control de la enfermedad, que en motivar al paciente. Subestiman la motivación que éste necesita para influir en su propia recuperación. Es ahí donde el consejero de salud tiene cabida, al complementar lo que el médico no puede hacer por falta de tiempo o de sensibilidad, o cuando éste ha preferido abstenerse de llegar al fondo de los pensamientos, las creencias, los anhelos, la ideosincracia, el sentido de vida y los proyectos de su paciente, elementos que todo ser humano demanda para realizarse y motivarse, y que en última instancia le dará una mejor perspectiva de lo perfectible que puede llegar a ser un CuasiDios de bata blanca que le ha dicho que abrigar esperanzas no le va a beneficiar en nada. Bruce Lipton ya demostró lo contrario en su excepcional obra, «La Biología de la Creencia».
Y en todo caso, pregunto: ¿quién puede afirmar categóricamente que las esperanzas son falsas?, ¿el señor de bata blanca que recién nos ha abierto la puerta de su consultorio?, ¿o quién le ha dicho que su opinión es irrefutable y que no existe otro ser humano capaz de cambiar esas creencias que a efecto de contrarrestar la incredulidad, el pesimismo y la necedad, puede hacer que un individuo saque fuerzas de flaqueza para averiguar de qué está hecho y hasta dónde más puede llegar? ¿Qué tan poco razonable puede ser atreverse y buscar otras opciones aparte de las que un solo médico puede ofrecer? ¿Hemos indagado en las redes de Salud 2.0 lo suficiente como para poder descartar la posibilidad de que nuestra enfermedad tenga cura? ¿Ya averiguamos qué puede hacer por nosotros una biomedicina personalizada con inteligencia artificial?
Uno no se plantea todas esas interrogantes a menos que esté luchando contra la peor de las adversidades, y si para un médico puede no ser importante el que un paciente quiera seguir viviendo, a pesar de su muy cuestionable y particular pronóstico, conozco muchas personas que preferirían darse una oportunidad para descubrir el genio que la prosperidad jamás les hubiera permitido develar.
Y eso es lo que estamos haciendo en la Fundación MicroMédix para apoyar a esos pacientes que luchan por recuperar su salud, a pesar de contar con un diagnóstico nada halagüeño: ayudarles a encontrar la fuerza suficiente para vencer su padecimiento. En una entrevista motivacional presencial o por Skype, encontraremos la manera de que vea usted su enfermedad, no como una catástrofe, sino como una oportunidad de crecimiento personal y espiritual. Una entrevista concebida con ese propósito podría cambiarle la vida. Contáctenos para concertarla y mientras tanto, reflexione como lo hizo alguna vez Horacio:
«La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido durmiendo… En la adversa fortuna suele descubrirse el genio, en la prosperidad se oculta«
© Sergio López González. Fundación MicroMédix. 13 de mayo de 2019
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noviembre 13, 2022 en 6:40 pm
Hello mate grreat blog post
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