Todos hemos oído hablar de los efectos secundarios que la mayoría de los medicamentos producen; pero solo de vez en cuando nos detenemos a analizar cuáles podrían ser nuestras reacciones a un fármaco en particular. Son contadas las personas que consultan las fichas técnicas de los medicamentos que su médico les ha recetado, y esa falta de información podría ser la razón de por qué la mayoría de la gente se
enferma de algo que en principio no tenía, después de haber seguido a pie juntillas, un tratamiento alopático demasiado largo. Los representantes de los grandes laboratorios farmacéuticos, incitan a los médicos a recetar los fármacos que ellos promueven, ocultándoles las consecuencias que a largo plazo puede acarrear a sus pacientes, una determinada sustancia activa. Es por eso que conviene saber, cómo el uso reiterado de uno o más medicamentos simultáneos, puede llegar a traducirse no solo en un efecto secundario, sino en una enfermedad iatrogénica de cuidado.
El síndrome: un conjunto de efectos secundarios
Lo que la industria farmacéutica y el sistema de salud convencional quieren que usted entienda por efecto secundario, es un síntoma que un fármaco produce de manera «accidental». Pero cuando el paciente comienza a presentar más de un síntoma de este tipo, el pronóstico se complica y suele ser incierto. Los médicos llaman síndrome a ese conjunto de síntomas, y enfermedad iatrogénica al síndrome que origina una medicación, o cualquier otra intervención médica inapropiada.
El síndrome metabólico es tan solo un ejemplo de esas enfermedades iatrogénicas que la industria farmacéutica nos ha legado, como un producto más de sus maquiavélicas prácticas. Como veremos más adelante, no se trata exclusivamente de que el enfermo crónico se sienta bien en el corto plazo, sino de que continúe sintiéndose así más adelante, porque podría suceder que los elementos reportados en una química sanguínea, un examen de orina, o de cualquier otra prueba de laboratorio, presentaran niveles anormales, por estar tratando de disimular con fármacos, los síntomas de la verdadera enfermedad.
El consumo prolongado de medicamentos llega a alterar los valores de algunos marcadores, situándolos fuera de los límites establecidos como normales, en las diferentes pruebas de laboratorio (intervalos de referencia).
Aparte del síndrome metabólico, en donde el nivel de glucosa llega a estar elevado, y para el que un marcador como la insulinorresistencia suele ser un denominador común, al igual que la hipertensión y los niveles anormales de colesterol, existen otras enfermedades que ejemplifican muy bien lo que en este ensayo pretendo develar, en relación al daño que nos están ocasionando muchos productos farmacéuticos.
Tal es el caso de la anemia ferropénica. Esta enfermedad es una de las más temibles que podemos desarrollar, por la falta de un nutriente tan esencial para la salud como lo es el hierro. A menudo, una anemia de este tipo viene a ser el resultado del consumo prolongado de anti-hipertensivos como el Concor (bisoprolol fumarato) y el Losartán, mismos que se ha demostrado agotan el hierro contenido en el torrente sanguíneo. Aquí, el efecto secundario o síntoma más marcado es el cansancio crónico. El Losartán tiene la
particularidad de agotar también el zinc, por lo que si usted es un varón mayor de 40 y ha estado ingiriendo alcohol y tomando dicho fármaco por años, no debería extrañarle que su antígeno prostático esté elevado, pues sucede que el zinc es el mineral que más necesita su próstata para contrarrestar la inflamación que le está provocando esa molestia al orinar (disuria). Este síndrome, que bien podría ser una prostatitis iatrogénica, podría desembocar en una infección urinaria acompañada de una necesidad frecuente de orinar (polaquiuria), o incluso en una hematuria (sangre en orina).
El retrato de una obra cumbre, el control de la glucosa y el embrutecimiento con estatinas
Hay otros síndromes para los cuales la medicina alopática ya tiene un nombre, a pesar de no poder explicar las causas que los producen (su etiología). Es así como ha surgido una de las más grandes obras de la industria farmacéutica: la fibromialgia. De acuerdo con los principios de la medicina ortomolecular, la etiología de este trastorno tan singular, podría tener su origen en la medicación.
La persona que ha sido diagnosticada con fibromialgia podría haber estado tomando fármacos para controlar los síntomas de un reflujo gastroesofágico, una gastritis, una úlcera péptica, una hipertensión, una diabetes, o quizás de aquellos asociados a varias infecciones recurrentes, pues los antiácidos, los inhibidores de la bomba de protones, los reductores de lípidos (triglicéridos y colesterol) y los antibióticos, son todos ellos medicamentos que tienden a agotar el calcio, el magnesio, el potasio, el hierro y la coenzima Q10, que son justamente las deficiencias nutricionales típicas de una fibromialgia.
Otro ejemplo de enfermedad iatrogéncia que quisiera analizar aquí, es la que origina el consumo consuetudinario de metformina, una droga que se vende con la intención de controlar los síntomas asociados a la diabetes tipo 2. En nuestra publicación del 23 de febrero de 2017, di a conocer los posibles efectos secundarios que se han asociado a este medicamento, por agotar la vitamina B12 y el folato de cualquier mortal intoxicado con este fármaco. La metformina es quizás el producto que más se receta a las personas con niveles elevados de glucosa en sangre, colesterol HDL bajo y triglicéridos altos, que son los marcadores que regularmente se usan para determinar cuándo una persona ha desarrollado resistencia a la insulina, y por lo tanto, diabetes.
No me mal interprete, no estoy diciendo que un adicto a la metformina va a presentar absolutamente todos los síntomas que aparecen en la imagen adjunta (pulse sobre la misma para agrandarla). Lo que pasa es que ahora, el enfermo no solo va a padecer de diabetes, sino de otro síndrome causado por el abuso de metformina, síndrome que variará de persona a persona.
Ese conglomerado de síntomas podría consistir por ejemplo de una anemia, esta vez no por falta de hierro, sino de cianocobalamina; de una neuropatía (véase el caso de estudio de Estelita); de una depresión acompañada quizás de una confusión mental; así como de una pérdida gradual de la memoria.
Y a propósito de memoria, tenga usted mucho cuidado si está intentando bajar su colesterol con estatinas, porque podría ser que su lucidez mental, su memoria y su capacidad de aprendizaje estuvieran muy por debajo de como solían estar, antes de comenzar a tomar medicamentos como el Lipitor (atorvastatina). Y tómeselo muy en serio, porque créame, ningún señor de bata blanca le va a confiar eso que para muchos de nosotros ya es un secreto a voces: que bajar el colesterol con estatinas, equivale a privar a su cerebro del colesterol HDL, ese que hace que su mente funcione bien. No estoy muy seguro; pero tal vez esa sea una de las razones por las cuales a las lipoproteínas de alta densidad (HDL por sus siglas en inglés), se les conoce también como «colesterol bueno».
Iatrogenias de consecuencias atroces: síndromes provocados por neurolépticos
Pero de todas las enfermedades iatrogénicas, las ocasionadas por los neurolépticos son, sin lugar a dudas, las más perjudiciales, porque estamos hablando de discapacidades cerebrales serias, a veces hasta irreversibles. Piense por un momento en esos niños que el sistema ha comenzado a medicar, solo por estar retozando en el salón de clases o porque se les ha visto inquietos durante un evento al que en primer lugar ni querían asistir. Ya en mi publicación del 21 de marzo de 2019, «Psiquiatría personalizada para niños: un no rotundo a la farmacodependencia infantil«, apunté lo absurdo que resulta controlar un supuesto Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad (TDAH).
Este «síndrome virtual» es algo que la Asociación Americana de Psiquiatría y la industria farmacéutica inventaron para aumentar las ventas de uno de sus productos estrella, el metilfenidato, mejor conocido como Ritalin. Los niños siempre han sido inquietos, y su hiperactividad, irritabilidad o falta de atención se pueden manejar muy bien con dosis apropiadas de magnesio y zinc, dejando de consumir azúcar y sustituyendo la sal común por sal de mar. En casos extremos, cabría contemplar la posibilidad de agregar a la dieta del chamaco, un aminoácido como la glicina o la taurina, o incluso una o dos cápsulas de aceite de pescado (omega 3); pero nada más.
Como padre de familia, usted no va a querer saber lo que significa atiborrar a su hijo(a) con neurolépticos (los fármacos que acostumbran recetar los psiquiatras).
No hace mucho, estuve tratando a una señorita chilena de escasos 16 años, cuyo cuadro clínico estaba caracterizado por los efectos secundarios que la misma medicación le estaba provocando. Estamos hablando de un antipsicótico de la talla del Abilify (aripiprazol).
Este engendro farmacéutico era a todas luces el culpable de la mayoría de los síntomas que estaba presentando esta paciente.
En el cuestionario que acostumbramos usar para desarrollar cada caso de estudio, sus padres me proporcionaron los detalles de su síndrome: ansiedad, insomnio, pensamientos suicidas, irritabilidad y comportamiento maníaco (véase «Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC): medicina alternativa para un carácter impulsivo«). Esa sí que es toda una patología, porque son malestares reales, no virtuales como en el TDAH. ¿Y cómo llamaría usted a esa sintomatología? ¿Que le parece síndrome iatrogénico por deficiencia de riboflavina (vitamina B2), Coenzima Q10, melatonina, piridoxina (vitamina B6), vitamina B12 y ácido fólico (folato) [1]. Así es mi querido lector, ha comprendido usted muy bien lo que he querido transmitir, basándome en la evidencia que subyace a este caso: que la merma de todos esos nutrientes era la principal causante de los malestares que aquejaban a esta jovencita.
Y uno se pregunta, ¿Pues que el aripiprazol no fue creado para manejar todos esos síntomas? En teoría así fue; pero la realidad ha sido otra desde que vio la luz el primer antipsicótico del que se tiene noticia (la clorpromazina). En su «Anatomía de una Epidemia» [2], Robert Whitaker profundiza sobre esta cuestión y realiza un análisis minucioso de cómo la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), en contubernio con los laboratorios farmacéuticos y otras asociaciones subvencionadas por éstos, han «contado un cuento» muy distinto de lo que experimentan a diario, los pacientes que son dados de alta en los hospitales, después de haber sido medicados por un tiempo.
Esperanzados de que en cada una de esas estancias hospitalarias, les funcione lo que les ha recetado el psiquiatra que los atendió, los pacientes regresan una y otra vez, a pesar de la medicación recibida en cada una de esas ocasiones (un fenómeno que el personal a cargo del hospital suele llamar «síndrome de la puerta giratoria», según menciona Whitaker en la obra citada). A ese síndrome yo preferiría llamarle carencia de sentido común, dado que es el paciente quien continúa consecuentando los procedimientos necios de un sistema de salud anacrónico. Está bien ser paciente; pero no a ese grado, ni a ese precio.
Psicosis de hipersensibilidad: paradojas sin un ápice de sensibilidad al sufrimiento
Pero dejemos que este notable escritor nos cuente lo que realmente ha sucedido en los últimos 67 años, y que me he permitido transcribir a continuación, para que usted no tenga que ir a la última página del capítulo 15 de su impecable ensayo: «Esa es la historia del negocio de los fármacos psiquiátricos. La industria ha destacado en la tarea de ampliar el mercado de sus fármacos, y esto proporciona una gran cuantía de riqueza a muchos. Se trata, sin embargo, de una tarea basada en contar un cuento engañoso a los ciudadanos, y en ocultar datos que revelan los pobres resultados a largo plazo de este modelo de tratamiento médico».
Lo que he resaltado en negritas es, desde mi perspectiva, lo que más me «ha ayudado a ayudar» a mis pacientes, y perdón por la redundancia, pero he querido enfatizar cómo el contar con una cadena de favores, puede repercutir enormemente, en el resultado final de un tratamiento. Hay muchos pacientes con trastornos de personalidad a quienes me veo obligado a decirles «ayúdame a ayudarte», porque no quieren tomar los nutrientes que les he recomendado, después de haber encontrado con muchos esfuerzos, el tratamiento ideal para ellos. Y cuando digo esfuerzos, no me estoy refiriendo
únicamente al trabajo que implica personalizar una receta con inteligencia artificial, sino a tomar muy en cuenta lo que Whitaker ha querido que entendamos por resultados a largo plazo.
No sé si usted vaya a leer la disección tan completa que este investigador hizo de la psiquiatría; pero lo que a mí me ha quedado clarísimo después de esa extensa pero memorable lectura de 450 páginas, es que el uso prolongado de neurolépticos va a producir invariablemente una enfermedad iatrogénica, que necesariamente tendremos que prevenir, administrando los nutrientes que aquellos fármacos agotan en el organismo del enfermo.
La mejor manera de comprender lo que Chouinard y Jones llamaron psicosis de hipersensibilidad (ob. cit.), es echándole una mirada a la video cápsula en la que explicamos cómo contrarrestar los efectos secundarios de algunos neurolépticos. A grandes rasgos, una psicosis de hipersensibilidad consiste en una pronunciada sensibilidad a la dopamina, que se desarrolla después de haber estado consumiendo neurolépticos por tiempo prolongado. Chouinard y Jones argumentaron que esa hipersensibilidad es inducida por el mismo neuroléptico, que a su vez termina provocando el síntoma o síndrome que se supone debe aliviar. Este mecanismo de acción constituye una paradoja, y es así como la hemos llamado en la cápsula informativa que mencioné con anterioridad. Aparte de las paradojas que analizamos párrafos atrás en relación con el Ritalin y el Abilify, en esa video cápsula se discute la del propranolol.
Conclusiones
Es posible que los medicamentos alopáticos, en especial los neurolépticos, le puedan funcionar a algunas personas en el corto plazo; pero lo más sensato es minimizar sus efectos adversos con medicina alternativa. Ciertos fármacos pueden resultar útiles en casos de emergencia, si lo que se está buscando es paliar aquellos síntomas que no es posible tolerar. No obstante, los psiquiatras y los familiares de los pacientes con trastornos de personalidad, harían bien en vigilar que las dosis de los neurolépticos a administrar sean mínimas, porque hay que recordar que todo medicamento de este tipo puede ocasionar daños irreversibles, y que éstos podrían ser responsabilidad tanto de quien lo toma como de quien lo recomienda.
«Los medicamentos no siempre son necesarios. La creencia en la recuperación siempre lo es«… Norman Cousins
© Sergio López González. Fundación MicroMédix. 8 de julio de 2019
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REFERENCIAS
[1] Optimal Living Dynamics. Practical Brain and Mental Health Solutions. Jordan Fallis´s web site.
[2] Anatomía de una Epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales. Robert Whitaker. Capitán Swing Libros, S.L. 2017