«La esperanza es lo último que se pierde«, dice el refrán popular, y es a esta frase tan sencilla a la que muchos apelamos para mantener la fe en aquello que deseamos se convierta en realidad, cuando no tenemos la certeza de que eso efectivamente ocurrirá. Por más que las cosas se tornen difíciles, siempre existe la posibilidad de salir avante, o bien de renacer de entre las cenizas como el Ave Fénix. Ya en otros artículos anteriores he comentado sobre la importancia que tiene prevenir la enfermedad. No obstante, en este ensayo ahondaré más en lo que representa sobrevivir a cualquiera de las enfermedades encacilladas como «terminales».
Habiendo dado positivo a un cáncer o a un SIDA, se necesita más que un coctel de medicamentos para salir del atolladero; pero desde la óptica de la medicina ortomolecular de precisión, no existe tal cosa como una enfermedad terminal. Para ella, todas las enfermedades son curables y el hecho de que la medicina alopática no haya sido capaz de curar los padecimientos que cité con anterioridad, no significa que no exista un remedio para ellas. Algo similar sucede con la COVID-19, que al menos hasta ahora, nadie ha dicho que sea incurable.
El caso de la COVID-19: la disyuntiva entre acudir a un hospital para vencerla o curarse en casa con nutracéuticos
Independientemente de que en los hospitales no esté autorizado el uso oficial de un antiviral tan potente como la curcumina liposomal potenciada con biopiperina, así como de unos antioxidantes tan efectivos como la N-acetilcisteína y otros dos más como lo son el glutatión y la vitamina C liposomales, haríamos bien en no menospreciar y mucho menos soslayar las propiedades terapéuticas de esos nutracéuticos en caso de haber dado positivo a la COVID-19. Estar en una encrucijada como la que podría significar el llegar a un hospital saturado de pacientes afectados de COVID-19, o entablar una batalla contra el coronavirus valiéndose de esta otra medicina alternativa, parece ser algo que se va a convertir próximamente en una costumbre. De hecho, la autocuración con nutracéuticos durante una cuarentena
podría pasar a ser la única opción, porque hasta donde sabemos, el número de pacientes infectados por SARS-CoV-2 al momento de estar escribiendo estas líneas, ya rebasó la capacidad de la mayoría de los hospitales en muchos países. Y si el sistema de salud tradicional ya no dispone de una cama para ti, ¿qué se supone que debes hacer? Yo no soy nadie para decírtelo; pero considero que desde esta trinchera, lo que me corresponde hacer es dar a conocer una alternativa al internamiento hospitalario, porque ya demostré que dicha alternativa funciona (siempre y cuando se sigan las indicaciones de la receta al pie de la letra).
Y si te ha tocado la mala fortuna de dar positivo al COVID-19, lo que a ti te corresponde es hacerte cargo de tu propia salud, analizando las opciones que tienes y reforzando tu voluntad de vivir.
El coronavirus nos está obligando a cuestionar la capacidad que tiene el sistema de salud tradicional (alopático) para reaccionar a la pandemia que estamos viviendo, y a preguntarnos si su medicina realmente funciona. Aun suponiendo que ésta pueda ayudar a alguien a superar una infección de la talla de una COVID-19, no existiendo recursos suficientes para atenderlo, la autocuración parecería ser el único curso de acción a seguir.
El nuevo orden mundial de salud: la evolución desde el «quédate en casa» hasta «el cúrate en casa»
Mucho se ha hablado de un nuevo orden mundial, y en un principio algunos líderes de opinión (influencers) nos hicieron creer que ese nuevo orden mundial iba a estar regido por ciertos grupos de poder. Sin embargo, si va a surgir un nuevo orden, parte de éste va a ser sin duda alguna la autocuración con nutracéuticos, es decir, la administración casera de nutrientes en dosis terapéuticas. Y si alguien habrá de sobrevivir a esta y a otras pandemias, será aquel que haya aprendido a cuidar de su propia salud, prescindiendo de los alimentos chatarra y de los medicamentos que deprimen el sistema inmune.
Son esas drogas las que debilitan crónicamente ese mecanismo de defensa, al estar agotando constantemente los nutrientes que éste necesita para fortalecerse. A eso se debe que hoy en día nuestro sistema inmunitario ya no pueda combatir a sus invasores como otrora lo hacía, pues su modus operandi es algo que el sistema médico alopático ha querido ignorar desde hace muchos años, por así convenir a sus intereses. ¿Y qué hay de los intereses del ciudadano de a pie que no cuenta con los recursos suficientes para pagar el internamiento hospitalario? Al igual que la migración geográfica, la migración hacia un nuevo orden mundial de salud, es algo que la población está demandando por derecho propio, y ya no debe ser encubierta como si se tratara de un tabú.
Sucede que la salud de un ser humano nunca ha sido de la propiedad de unos cuantos excelentísimos señores de bata blanca y un puñado de transnacionales farmacéuticas, a pesar de que se han esforzado en hacernos creer que les pertenece. La buena noticia es que la desaconsejable automedicación con fármacos está migrando hacia una autocuración con nutracéuticos, y eso es un fenómeno que responde a los intereses de las redes sociales, es decir, de lo que realmente le conviene al pueblo, no a unos cuantos magnates de la industria farmacéutica.
En efecto, la opinión consensuada de millares de seres humanos en dichas redes sociales, es lo que ahora está marcando las preferencias de la gente. Son las tendencias las que establecen el predominio entre lo que realmente funciona, y lo que solamente es pose o constituye un artificio para impresionar al grueso de la población. La gente que acostumbraba encender la radio y la televisión, así como la que compraba el periódico para enterarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor, se está extinguiendo poco a poco junto con sus preciados medios de comunicación masivos: aquellas rudimentarias plataformas de comunicación en donde era imposible compartir opiniones y conocer lo que pensaban los auténticos líderes de opinión. Las tendencias de la sociedad en la era del conocimiento indican que el nuevo orden mundial de salud, estará regido más que por transnacionales, por líderes de opinión y grupos sociales con capacidad para reinventarse y responsabilizarse de su propia salud.
La voluntad de vivir, la fe y el sinsentido de las «falsas esperanzas»
Junto con la alternativa a base de nutracéuticos, es imprescindible contar también con otro mecanismo de defensa, uno que nos proteja de los pronósticos y las actitudes pesimistas. Y más que un mecanismo, esa postura consiste de una actitud positiva ante la adversidad, que ha demostrado su efectividad en una cantidad considerable de casos en los que el paciente ha sido desahuciado. Esa postura existe desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer; se llama esperanza. No todo es suplementación con nutracéuticos. El paciente también debe llenarse de esperanza, de fe y de una voluntad de vivir inquebrantables.
Ahora bien, en contraste con lo que muchos de nuestros detractores piensan, nosotros no estamos creando «falsas esperanzas» en nuestros pacientes, pues las evidencias en las que se basa la biomedicina personalizada para confeccionar sus tratamientos, están representadas por las tendencias de un número muy respetable de casos de éxito.
Lo que demuestran esas tendencias es que un determinado grupo de pacientes puede curarse con cierta clase de nutrientes llamados nutracéuticos. Esas evidencias provienen de cuadros clínicos que han sido recopilados a lo largo del tiempo y que el especialista compara con el de su paciente para averiguar en qué grupo de esos casos de éxito encaja mejor el suyo. Es encontrando las similitudes entre dichos casos como determina el tratamiento que más va a beneficiar a su paciente. Y aun suponiendo que todo ese portento de inteligencia artificial no nos proporcionara la solución del caso bajo estudio, pregunto:
¿Por qué alguien que ha encontrado una esperanza de vida, debería renunciar a ella?
¿Y de dónde sacan todos esos detractores de la medicina alternativa que existe algo tan absurdo como una «falsa esperanza»? ¿O es que hay esperanzas verdaderas? Roger Zelazny alcanzó a vislumbrar de una manera muy elegante el sinsentido de esa idea, al proclamar en una de sus frases más célebres que “la mejor forma de destruir la fe o la esperanza es dejar que se haga realidad«. Más claro ni el agua.
Nadie puede determinar con antelación si un tratamiento va a funcionar o no. Eso solo es posible saberlo una vez que lo esperado ocurre, y cuando ocurre, la esperanza muere. De acuerdo con esto, aunque quisiera, uno no puede crear «falsas esperanzas». Usted tiene una inconmensurable fe en Dios, aunque nunca lo haya visto, palpado o conversado con él. Usted tiene la esperanza de curarse porque sabe que no es imposible conseguirlo; porque otros ya lo han logrado. La esperanza muere tanto si usted vive como si no. Y si llega a sobrevivir, será porque confió en su envidiable capacidad de resiliencia y porque tuvo fe en que eso ocurriera, y no porque renunció a todo su potencial humano, a toda voluntad de vivir.
Y al igual que la esperanza, la fe es algo que no deberíamos poner en entredicho por más científicos que seamos. Aunque aquello de que «la fe mueve montañas» es apenas una síntesis de lo que Jesús nos quiso transmitir en una parte del evangelio según San Mateo, esa enseñanza lleva implícita una confianza extrema en lo que se hace. Si analizamos esa frase con detenimiento, parecería que es a través de la fe que conseguimos lo que nos proponemos, y que no se trata de dejar todo en manos de Él. Nosotros debemos responsabilizarnos de nuestra propia salud, dejando a Dios a cargo de todo aquello sobre lo que no tenemos control.
A mediados de los ochentas, tuve mi primer encuentro con Él, cuando estando aquejado de una neumonía (que supongo es lo más cercano que uno puede estar de una COVID-19), una de las monjas que fungía como enfermera en un hospital de la Ciudad de México, se presentó en mi cuarto para tomarme los signos vitales, en una de las once noches que estuve postrado en cama debido a dicha enfermedad. Hasta donde recuerdo, mi debilidad y depresión eran tales que mi voluntad de vivir estaba por expirar, a lo que la empática monjita quiso reaccionar, hablándome como nunca nadie lo había hecho antes en condiciones de adversidad.
A decir verdad, nunca supe si lo que vi y sentí durante esa experiencia fueron manifestaciones de los delirios que la fiebre me produjo; pero las palabras que escuché esa inolvidable noche no parecían provenir de un ser humano. Supuse que toda esa sabiduría emanaba de la voz de Dios que en boca de una emisaria me hacía llegar un mensaje lleno de esperanza. El caso es que a partir de ese monólogo (yo nunca hablé con ella ni contesté a sus preguntas), mi fe resurgió de entre los escombros de una voluntad de vivir aniquilada por el agotamiento y la disnea (dificultad para respirar). Para ser honesto, ese Avatar me convenció de que lo que yo era, importaba más que lo que supuestamente necesitaba para recuperar mi salud. Y si hubiera un lugar que pudiera reflejar la mayor parte de lo que aprendí durante esa experiencia de vida, ese sería sin duda el ensayo que publiqué el 13 de mayo de 2019.
Y lo que aprendí fue que para salir bien librado de una enfermedad, lo primero que uno debe hacer es olvidarse de la resignación. Hay que llenarse de esperanza, de optimismo, de una fe inquebrantable y una determinación férrea; tener la convicción de que algo bueno ocurrirá; así como contar con un buen tratamiento y una atención nutricia calificada, que no necesariamente tiene que ser como la que ese Avatar me brindó aquella noche de diciembre. La voluntad de vivir, la fe y la esperanza son virtudes a las que nos aferramos Norman Cousins, yo y muchos otros e-pacientes cuando alguien se atrevió a decirnos que nuestra enfermedad no tenía cura. Fue también gracias a la fe, la esperanza y a
una gran tenacidad, que mucho después de mi segundo encuentro con Dios, pude descubrir al fin una cura no para la esquizofrenia en general, sino para la esquizofrenia de una persona en particular: la de mi propio hijo; la del joven C, cuyo caso nunca quiso que se publicara por obvias razones; la de una pequeña regiomontana de apenas 12 años a quien sacamos adelante gracias al apoyo de sus padres; la de otra chica peruana que ya hasta se casó y continuó su vida normal; así como la de Esperanza, una joven mexicana cuyo caso expuse en «Terapia inteligente para tratar la esquizofrenia: de la esperanza a la curación«. Hay por supuesto muchos casos más de pacientes que han mejorado bastante pero que por no haber terminado su tratamiento todavía, no podríamos considerar que ya se curaron. No obstante, al menos seis de ellos ya están trabajando y desempeñando las actividades que solían realizar, antes de que experimentaran su primer episodio. Y todos ellos abrigaron la esperanza de recuperarse.
Los principios y métodos que aquí he descrito son parte de la tecnología que actualmente estamos usando para confeccionar nuestras recetas, a través del servicio «Un Estudio para tu Caso«, y es por ello que te sugerimos hacer caso omiso de los pronósticos médicos pesimistas. Y para muestra, un botón: la pesadilla que Norman Cousins vivió con su espondolitis anquilosante.
El caso de Norman Cousins
Si un médico te ha dicho que tu mal no tiene remedio, antes de que ese señor con aires de CuasiDios induzca con esa pose un efecto nocebo en ti, te comparto lo que Cousins (derecha) escribió a este respecto [1]: «Por una mera coincidencia, en el décimo aniversario de mi enfermedad, año 1964, me encontré en una calle de Nueva York a uno de los especialistas que había hecho el melancólico diagnóstico de la parálisis progresiva. Se sorprendió mucho al verme. Le tendí la mano y él me la estrechó. No me apresuré a retirarla, tenía algo que decirle y pensé que la mejor manera de hacerlo era saludándolo con firmeza a fin de causarle una gran impresión. Seguí apretando su mano hasta que hizo un gesto y me pidió que le soltase. Me dijo que en vista de mi apretón de manos ni siquiera tenía que preguntarme por mi estado de salud, pero estaba ansioso por saber cómo me había convencido de que algunos expertos no saben suficiente como para hacer un pronunciamiento que condene el destino de un ser humano. Le dije que me parecía que ellos deberían tener más cuidado con lo que decían a los demás; porque en caso de que alguien les creyese, ello podría significar el principio del fin» (las negritas son mías).
«Muchas personas han fallecido no tanto por la gravedad del mal que las aquejaba, sino porque un CuasiDios de bata blanca les dijo que su enfermedad no tenía cura, y se lo creyeron«… © Sergio López González.
Fundación MicroMédix. 28 de diciembre de 2020
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REFERENCIAS
[1] Norman Cousins. Anatomía de una Enfermedad o la Voluntad de Vivir. Kairós
diciembre 29, 2020 en 2:44 am
Muy magnifico
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