Usted designa a su «ángel salvador» al ver que éste le ha resuelto su problema, después de haber intentado por todos los medios, superar una adversidad que sobrepasó su capacidad de respuesta, su poder adquisitivo, sus conocimientos y la experiencia que en principio debían haber bastado para vencerla. En el terreno de la salud, ese «ángel salvador» puede ser un médico, una terapia alternativa, un medicamento o una combinación de estos tres elementos. Y fue así como el ángel de los «Ómicron» tocó las vidas de Martina y Mateo, una familia como cualquier otra a la que conocí a principios de este año y a la que he preferido darle ese apellido tanto para ocultar su verdadera identidad, como para estar en consonancia con la cepa que dio lugar a la que ha sido una de las experiencias más traumáticas de este par de guerreros biomédicos.
Los ángeles no tienen alas
Cuando usted ya ha hecho todo lo humanamente posible para resolver su problema sin ver un atisbo de esperanza, es posible que esté tentado a atribuir a un poder divino aquello que no esperaba y que de súbito se presentó como un milagro. El milagro entonces viene a ser aquello que usted no puede explicar en términos ya no digamos científicos, sino racionales: un agente divino que aparece, aparentemente de la nada, como un ángel salvador. Y no estoy hablando de ángeles alados que bajan del cielo para ayudar a los necesitados, sino de aquellas cosas o seres humanos que usted mismo designa como instrumentos terrenales de Dios. Para los Ómicron por ejemplo, o al menos para Mateo, ese ángel se presentó como un médico alópata que no precisó de una bata blanca para hacer que Martina renaciera de las cenizas, con una inyección intramuscular de Metamizol combinado con Dexametasona.
Lo que no depende de Dios: tu libre albedrío
Pero no se equivoque, el que Mateo me haya contado eso no significa que dichas sustancias hayan sido todo lo que necesitaba Martina para decirle adiós a ese virus que la había mantenido en cama durante poco más de dos semanas. Lo que quiero decir es que para este padre guerrero, esa medicación marcó el final de su viacrucis, porque quiero pensar que el día en que Martina fue inyectada, coincidió con el final de una serie de prácticas que los Ómicron habían llevado a cabo durante todo ese tiempo, y que hasta ese momento, no habían producido los resultados que de ellas se esperaban. Al igual que otras familias que me llegaron a consultar por el mismo motivo, Mateo y Martina estuvieron suplementándose con los nutracéuticos que les aconsejé
tomar para lidiar con el coronavirus, y como yo lo veo, no solo fue la medicación que Martina recibió lo que le salvó la vida, sino la sinergia que seguramente se dio entre dicha medicación, la terapia de nutracéuticos (en su mayor parte liposomales), los sueros que se le administraron durante la lucha que libró contra esta cepa del COVID-19, así como las visitas a una pequeña clínica a la que esta pareja acudió para recibir asistencia médica adicional. Para soportar los dolores y los malestares que caracterizan al síndrome ocasionado por el Ómicron, cualquier enfermo necesitará de analgésicos y uno que otro medicamento intravenoso. Desde esta otra perspectiva, el ángel salvador consistió de toda esa sinergia.
Como dato curioso, Mateo no necesitó de ninguna inyección medicamentosa, a pesar de haber dado positivo al COVID-19, pues sucedió que él había estado suplementándose desde hacía tiempo, con una receta que yo mismo había confeccionado para su prostatitis crónica, misma que coincidentemente, incluía vitamina C y quercetina liposomales, los principales nutracéuticos que acostumbro recomendar para prevenir y tratar un infección por COVID-19.
¿Pero qué fue lo que pasó para que los Ómicron designaran a ese médico como su ángel salvador?
El día que Martina por fin pudo descansar del calvario que la atormentaba, durmió como no lo había hecho durante el tiempo que estuvo a merced del letal virus. Sin embargo, ese mismo día, unas dos horas antes de que pudiera comenzar a roncar plácidamente, el personal a cargo de autorizar el ingreso al hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en Cuernavaca, Mor., le negó a Martina el servicio al que en principio tenía derecho, por haberse presentado con una documentación que de acuerdo con dichos encargados, no reunía los requisitos de admisión.
Y es en este punto donde las cosas comienzan a tener sentido, al menos en retrospectiva, porque si bien se mira, de no haber sido rechazada, los Ómicron no hubieran conocido a su ángel salvador. Gracias a ese rechazo, esta familia tuvo que recorrer algo así como 25 km para regresar a una clínica adscrita a la localidad en donde se suponía podía ser atendida por una doctora con un nombre que los Ómicron no alcanzaron a memorizar y que a la postre nunca apareció, pues siendo alrededor de la 1:15 am de ese mismo día, las instalaciones de la referida clínica se encontraban cerradas.
Una vez que esta atribulada familia regresó de su primera intentona, mientras Martina aguardaba en el auto que su hijo había estado manejando esa noche, tanto él como Mateo gritaban a las afueras de la susodicha clínica, en medio de un clima poco menos que lúgubre. A esas horas de la madrugada, en el centro del municipio en donde ellos vivían, y en donde estaba enclavado también un modesto centro de salud del Gobierno Municipal de Xochitepec, en el estado de Morelos, Mateo golpeaba desesperadamente una puerta desprovista de timbre para que alguien lo oyera. -¡Ayúdenme por favor! ¿hay alguien ahí? – gritaba Mateo sin que, al parecer, un alma le escuchara.
De pronto, el afligido hombre escuchó una voz que provenía del interior del centro de salud, situado a unos cuantos metros de la clínica a la que su hijo había acudido también para pedir ayuda.
-¡Permítame un momento! -gritó aquella boca distante, misma que a los pocos minutos después se asomara con un cuerpo joven y menudo pero con mucha personalidad, agregando:
-Dígame, ¿en qué le puedo ayudar?
-Muy buenas noches señor, disculpe las molestias pero es que mi esposa se siente muy mal y no hemos encontrado a alguien que nos pueda ayudar en la clínica de aquí al lado. Necesitamos que un médico la examine porque hace unos días se hizo la prueba del COVID y el resultado fue positivo.
-A ver, pásele por favor -dijo el que más tarde se convertiría en el ángel salvador de los Ómicron.
El hábito no hace al monje
Así las cosas, el que a primera vista le pareció a Mateo un simple guardia de unas precarias oficinas de gobierno en donde hacían falta sillas para procurar descanso a aquella mujer agobiada de tanto peregrinaje, tomó cartas en el asunto para que unas pocas horas después, Martina recobrara su salud. Sin aires de semidiós, con una gran facilidad de palabra y sin haber cobrado un solo centavo por su consulta y la ampolleta inyectable, este ángel desprovisto de alas y bata blanca alcanzó todavía a extender una receta para que los Ómicron dieran continuidad a su propuesta de tratamiento, probablemente en algún hospital de esa misma localidad. El punto es que al poco tiempo Martina manifestó sentirse mejor con lo que aquél médico le había inyectado, comentario que culminó son su deseo expreso de volver a casa. Durante esa noche Mateo «no pudo pegar ojo», temiendo que su querida esposa recayera una vez que el efecto del medicamento hubiera cesado.
Para su sorpresa y regocijo, Martina durmió como una bebé durante toda la noche, lo cual también pudo contribuir a que su recuperación pudiéramos calificarla como bastante significativa, gracias a la desaparición total del malestar y los dolores que la habían estado «martinizando» por tanto tiempo (sí, ya sé que debí haber escrito martirizando; pero su nombre de pila me invitó a cometer este barbarismo para bromear un poco con la protagonista de esta historia).
Conclusiones
Esta madre guerrera ahora goza de estupenda salud, y si no hubiera sido por un hipotiroidismo de Hashimoto que más adelante concluimos podía haber sido el causante de su pobre respuesta a la suplementación, así como la sinergia que se dio con todas las buenas prácticas que los Ómicron observaron, quizás el ángel salvador hubiera sido otra persona, otro tratamiento, otra sinergia, o quizás, ese agente nunca hubiera hecho su triunfal aparición. Y aunque Mateo y su hijo también se infectaron, vale decir que tal vez ambos tuvieron la fortuna de contar con un sistema inmune más fortalecido, el primero con una receta para la prostatitis compuesta de varios nutracéuticos (no solo vitamina C y quercetina liposomales), y el segundo con un par de vacunas contra el COVID-19 aplicadas tiempo atrás por el sistema dominante de salud, el mismo que promueve la inoculación como medida preventiva contra la infección por COVID-19.
Moraleja
«No puedes permanecer indiferente ante el peligro potencial del coronavirus: o te vacunas o te suplementas, u optas por una combinación de ambas prácticas«. © Sergio López González. Fundación MicroMédix. 13 de julio de 2022