La historia está llena de casos en los que la vida entera de una celebridad, ya se trate de un científico, un artista o un escritor, ha sido devastada por uno o más trastornos de personalidad, entre los que destacan la esquizofrenia, la depresión, los ataques de pánico, el trastorno bipolar, el autismo, la enfermedad de Alzheimer y muchas otras etiquetas más que los psiquiatras suelen utilizar para diagnosticar a una persona como anormal. Esos excelentísimos señores de bata blanca creen que una persona anormal es aquella cuya sintomatología encaja con lo descrito en un convenio denominado Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés). Pero más que un manual, ese documento es un acuerdo escrito hace muchos años por una asociación de psiquiatras americanos (la APA) de manera un tanto cuanto arbitraria: definieron las patologías por consenso, confiando en su propio criterio y sin ningún fundamento científico (nada de ensayos aleatorios controlados, pruebas de laboratorio… nada).
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